Para Jabo, ir a la Uribe Kosta era como volver a tiempos remotos de la Humanidad. En el camino, ver el cartel del yacimiento prehistórico de sílex y la colisión del Cantábrico en esa costa abrupta y afilada, le retrotraía en el tiempo a miles y miles de años atrás. Era uno de sus lugares preferidos, aunque muy pocas veces lo visitaba por la distancia que le suponía desde el Sur. Incluso la sonoridad del emplazamiento le parecía de lo más apropiado: ¡Meñaaaakoz!.
Llegó ya anocheciendo y no pudo elegir un buen sitio para aparcar su furgo, viéndose rodeado de pedruscos, decidió aparcarla enmedio de esa maraña, por no estresarse buscando otro más idóneo. Quería descansar y pronto por la mañana, ir con su cámara a intentar captar ese "momento mágico" del que tanto hablaban los profesionales de la fotografía en el alba y del que nunca llegó a ser consciente. No había furgonetas a su alrededor pues era finales de octubre y entre semana, aunque las olas estaban aseguradas, sin ser demasiado grandes ni machaconas, algo ideal para su nivel.
No fue una noche para nada cómoda, al estar rodeado de piedras se sumaba la necesidad de levantarse pronto para tomar fotografías y la intranquilidad de un spot arriesgado para él, con una larga remada desde la orilla hacia la rompiente que dudaba en completar si había más oleaje del esperado... Sentir el rugir del mar desde la furgoneta tampoco ayudaba a serenarse. Pudo descansar al concluir que no entraría si no había más surfistas en el agua.
No hizo falta que sonara la alarma de su móvil, despertó con el claro pero mudo susurro del subconsciente:
—Eh, despierta si quieres tomar esas imágenes.
Cogió su apreciada Pentax K10D y se dirigió a un lado más alto para lograr el mejor encuadre posible... Más de noche que de día, se sorprendió enormemente al ver dos surfistas en el agua, ávidos de coger las primeras olas del día, con unas condiciones inmejorables, sin viento. En unos pocos minutos, se fue aclarando y Jabo se percató por sorpresa de ese momento mágico de la fotografía, con absoluta certeza. Más divinos que mágicos, pensó, no pudo evitar soltar una lágrima ante una imagen tan inefable como sublime.
Extasiado por ese corto minuto o minuto y medio fue a cambiarse a la furgoneta en lo que lumínicamente ya le parecía un día mundano más pero con ese surco que le había dejado esos momentos, se sintió embriagado para largo rato. Bajó a la orilla y en una remada larga pero sin la dificultad esperada llegó al pico junto a sus tres acompañantes. Con una ligera subida de cabeza saludó a uno de ellos dando a entender un ligero ¡Aupa!. Jabo era de Almería y sus amigos calés en lugar de Javier le llamaban Jabo, por serles más cómodos la pronunciación, y así quedó como nombre, lo que curiosamente le ayudaba a sentirse uno más en el entorno vasco, algo que le hacía bastante gracia al presentarse.
Se giró y contempló la pared inmensa del acantilado. Sintió un profundo agradecimiento por ser testigo de la magnificencia del lugar, un deseo de compartirlo con quien fuera y una extraña sensación de amistad y aprecio hacia aquellos desconocidos de aquella mañana, que sin duda sentía devuelta al cruzarse entre ola y ola. No fue una sesión más, fue una impronta del sentido de la vida para él en aquellos años.
Edpukazn, a 10 de agosto de 2024.
Es muy bonito
ResponderEliminarGraciasss, animas a continuar.
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