—¡Joputa, me has cortao!
—¡Qué dices chavaaaal!, si no tiene casi filo, mira...
López, en un arranque de ira, tiró el cuchillo por la puerta corredera de la furgo sin preocuparse de lo que pudiera haber detrás. El ambiente estaba caldeado. Bosco alucinaba con la relación de estos dos seres tan dispares, uno de férrea ideología católica, de hablar recto y disciplinado y Berna, sin darle importancia a casi nada que no fuera surf y fumar cannabis, recién llegado de Kathmandú de hacer el hippie por allí durante meses y sin más vida laboral que tres semanas de repartidor en un "telepi" de Aluche. Sin duda, el surf era lo único que les unía, aunque igual era ya suficiente.
—¡Mirad, está entrando Cotera!, ¡y Balvín!,
—¡Venga, vamos! —sentenció López, sin duda el más capacitado de los tres para afrontar el maretón que desde hacía dos días sacudía el Noroeste.
A Bosco, que le hablaran de surfistas semiprofesionales llegados de Asturias expresamente a Gerra, no le hacía ninguna gracia, pues significaba que el día era muy fuerte en oleaje, y para su nivel, podía ser un tormento.
Al llegar a la zona de rompiente, el pánico se apoderó de él, pensó en que una sacudida de esas podía mandarle fuera de juego, quizás con la tabla rota, o alguna lesión en el choque con el fondo. Por su experiencia sabía que siempre "se comía" alguna en esta zona comprometida, por lo que se preparó para lo peor. Efectivamente, dos olas seguidas, las más fuertes de la serie, le dieron los revolcones más severos de su vida como surfista, dejándole in extremis para poder continuar. Dudó la opción de retirada, cogió aire como pudo y con furia remó con las fuerzas que le quedaban hasta llegar a la zona de confort tras del pico para ponerse a salvo.
Apoyó su cabeza en la tabla durante unos segundos, quizás minutos y tras ello, echó la mirada a la costa buscando el parking, el cual se había desplazado a la derecha, al menos un centenar de metros. Fue sin duda la peor noticia del año para él. No ver a sus amigos cerca y el parking tan alejado, imposible de retornar remando. Había pasado más tiempo del que pensaba en su batalla hacia el pico y la corriente le estaba llevando hasta la Punta Peñaentera, la zona más complicada de esa costa. Se dijo verbalmente:
—Hoy tienes faena, chaval.
Sin fuerzas, sabía que intentar remar hacia la orilla era inútil, apenas podía sacar los brazos del agua ni para pedir auxilio. Intentó calmarse e ir adelantándose a lo que podría pasarle. Pensó que tras la Punta tendría un kilómetro aproximadamente de costa abrupta desconocida para él hasta el cabo de Oyambre y a partir de ahí, podría llegar a la playa del Pájaro Amarillo, resguardada de este oleaje salvaje, augurando que esta podía ser como el Pacífico para Elcano tras la lucha en cabo de Hornos. Se animó hábilmente con ese objetivo, dejándose llevar por la corriente en paralelo a la costa abrazado a la tabla como un náufrago, intentando que no le cazase ninguna ola y con la mayor impotencia que había sentido en su vida.
Conocía a López bien, sabía que pronto le habría echado en falta en el agua y sabiendo el límite de sus condiciones físicas, le podía estar llevado la corriente. Eran buenos amigos e intuía que pronto habría salido del agua a intentar verle desde la orilla y en última instancia, pedir ayuda a Salvamento de San Vicente. Sin embargo, en su torbellino mental, también se imaginaba yendo mar adentro perdiendo por completo la vista de la costa, la agitación que podría estar causando en la playa, el titular de sucesos de El Diario Montañés del día siguiente: "Otro surfista rescatado en Oyambre en el día de ayer", o " Cuatro horas a la deriva con una tabla de surf en Oyambre" o disparates como lo que iba a tener que pagar por el rescate...
Recuperado y con algo de fuerzas, comprobó cómo le llevaba la corriente en paralelo a la costa, animándose a remar para llegar lo más rápido posible y superar ese largo kilómetro de rocas y más rocas. Bosco en realidad no pensaba tanto en lo malo que le pudiera ocurrir, sino en la angustia que podía estar causando en tierra firme. Por fin divisó el cabo de Oyambre. La olas se iban suavizando y la ensenada de la Rabia se veía ya próxima como un oasis caribeño. ¿ Cuánto tiempo habría pasado ?. A él se le hizo como dos o tres horas desde el inicio. Alzó el cuello y vio una ambulancia con los rotativos puestos junto al camping. De repente, inesperadamente, una moto náutica de la Cruz Roja pasó por encima de una ola como un sputnik hacia el cielo y se aclararon todas sus dudas, estaba salvado:
—Viva España —verbalizó, en pleno agotamiento.
Se sujetó a una de las cuerdas de la parte trasera de la moto tras un espectacular giro del conductor y le miró con un gesto entre agradecimiento y desesperación, pero sin articular palabra. El libertador, que en apariencia debía ser un surfista local de la zona, le vociferó entre el traqueteo del intraborda:
—¡Está Gerra muuuuy loca!, ¡¡agárrate bien!!
Edpukazn, a 13 de agosto 2024.
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