Así le dijo Circe a Odiseo, que para llegar a casa tendría que ir al país de los muertos. En los confines del océano estaba el país de los cimerios, entre nieblas y nubes que jamás ven el sol... A tal paraje llegó el bajel, que sacaron a la playa y, asiendo las ovejas, anduvieron a lo largo de la corriente del océano hasta llegar al sitio que les indicó Circe. Desenvainando la aguda espada, abrió un hoyo de codo por lado, hizo allí alrededor del mismo una libación a todos lo muertos. Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomó las reses y las degolló encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron, saliendo del Érebo, las almas de los fallecidos.
La primera alma que vino fue la de Elpénor, el cual no había recibido sepultura en la tierra inmensa, dejaron su cuerpo en la mansión de Circe, sin enterrarlo ni llorarlo porque les apremiaban otros trabajos:
Oh Elpénor, ¿cómo viniste a estas tierras caliginosas?. Tú has llegado a pie, antes que yo en la negra nave...
Vino luego el alma de su difunta madre Anticlea, hija del magnánimo Autólico, a la cual dejara viva tras partir de la sagrada Ilión. Lloró al verla, compadeciéndola en su corazón; más con todo eso, a pesar de sentirse muy afligido, no permitió que se acercara a la sangre antes de interrogar al adivino Tiresias... Tras ello, volvió su madre y bebió la negra sangre, reconociéndole en el acto, y díjole entre sollozos, estas palabras aladas:
¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta oscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar estos lugares,
separados como están por grandes ríos, por impetuosas corrientes y,
antes que todo, por el Océano, que no se puede atravesar a pie sino en
una nave bien construida. ¿Vienes acaso de Troya, después de vagar mucho
tiempo con la nave y los amigos? ¿Aún no llegaste á Ítaca, ni viste a tu mujer en el palacio?
¡Madre mía! La necesidad me trajo a la morada de Plutón, a consultar el alma de Tiresias el tebano; pero aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra, pues voy errante y padeciendo desgracias desde el punto que seguí al divino Agamenón hasta Ilión, la de hermosos corceles, para combatir con los troyanos. Mas, ea, habla y responde sinceramente: ¿Qué hado de la aterradora muerte te hizo sucumbir? ¿Fue una larga enfermedad, o Diana, que se complace en tirar flechas, te mató con sus suaves tiros? Háblame de mi padre y del hijo que dejé, y cuéntame si mi dignidad real la conservan ellos o la tiene algún otro varón, porque se figuran que ya no he de volver. Revélame también la voluntad y el pensamiento de mi legítima esposa: si vive con mi hijo y todo lo guarda y mantiene en pie, o ya se casó con el mejor de los aqueos.
Extraído del Canto XI de la Odisea. Homero.
Edpukazn, a 21 de enero de 2025.
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