Ángel era así, cada vez que tenía una dolencia, superaba por siete a la misma en cualquier otro. Sufrió esa carga desde bien pequeño. Unas fiebres víricas que en dos o tres días se solventaba, para él podían ser dos semanas...
Aquella vez, tras venir del asunto de Pirineos, estuvo tres meses a la sombra por una lumbociática con rectificación dorsal... ¿ Qué era eso ?. Andar tieso como un poste de la luz durante semanas, con unas mejoras diarias imperceptibles... Le llevaron a una profunda desesperación.
Eligió un sendero a las afueras de la ciudad pero próximo a su casa, bordeado a lo largo de pinos, quizás centenarios, que terminaba en alguna edificación que ya no estaba. Ahora sólo quedaba el vacío.
Salía al atardecer. El sendero no era gran cosa, más bien, era mal cosa. Había restos de escombros, tramos con olores nauseabundos de mamíferos en descomposición y una cinta policial recordaba el cadáver de alguien cercano en el tiempo, aún así, era el medio más natural que tenía a mano. No era de parques atestados.
Cuando llegaba a ese final, que hacía coincidir con la caída del sol, se reclinaba cuidadosamente sobre un montículo para contemplar la escena del atardecer: unos días normales, otros deprimentes, otros pero aún, otros esperanzadores, algunos sin calificación y otros... Como la mejor medicina con la que ningún galeno le había podido aliviar...
Edpukazn, a 23 agosto de 2024
A veces la mejor medicina es estar a solas con uno mismo... para entenderse desde la compasión
ResponderEliminarPues sí, y no dejarse llevar por estados mentales negativos o por otro lado, eufóricos...
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