Era cerca de la enésima cita de Jesús con una mujer y aún sentía esos nervios de cuando era un quinceañero. Como de costumbre, llegó un rato antes, se postró en la barra de un bar cercano y bebió una cerveza mientras trasteaba en el móvil en busca de algo que le distrajera. Paloma se llamaba. Se puso a divagar y buscar inspiración al pronunciar su nombre, Paaa looo maaa. Lo encontró un tanto plano, insípido, le recordó a Pablo Picasso y su dibujo de la paloma de la Paz de 1949, a su hija Paloma Picasso y su línea de perfumes. Se olió la bufanda para comprobar que aún olía al suyo, aunque nada tenía que ver con el francés, le pareció digno y atrayente.
Al encontrarse con
Paloma, su corazón le arremetió con fuerza, le había sorprendido su estampa y se puso contento aunque
controlado. Después de tantos fiascos, no quería hacerse vanas ilusiones.
—¿Qué perfume usas? —preguntó Paloma, ante el agrado de su olor.
—El primero que he cogido —dijo, por no saber el nombre, ni detallar su origen de supermercado.
—¡Ah!, pues hueles muy bien.
Se fueron a la barra a tomar unas cervezas. Ambos se fijaron en los gestos y microgestos de su acompañante para buscar esa sintonía, sensaciones o quizás la veracidad en lo que se estaba diciendo. A la tercera cerveza, la conversación se distendió y Jesús fue al baño a inspirar, tomar presencia y conciencia de sus emociones. Paloma salió a dar unas caladas del "vapi" y a la vuelta se encontraron. Decidieron cambiar de asiento para ponerse más cómodos y unir sus cuerpos, que ya ansiaban contacto.
Tras los siguientes dos tragos, la figura de Paloma se transformó de lo mundano a lo divino, a un ángel de la seducción, una venus, el amor de su vida, la geometría perfecta de Leonardo da Vinci... Jesús oyó las palabras más inteligentes y apropiadas que jamás había oído de nadie. Se acercó hacia su cuello y en un arranque descontrolado la besó, claudicando a su poder de atracción. Adán había mordido la manzana. Sencillamente, no pudo más. Olió su cuello y boca, perdió la consciencia y se desvaneció. Al recobrarse, preguntó a Paloma si había echado algo en la bebida o en su cuello, al perder la voluntad de esa manera, como un muñeco enamorado y tonto. Ingeniosamente, sacó del bolso un diminuto frasco de laca de uñas y lo balanceó como si ahí tuviera la respuesta:
—No bobo, ni pócima, ni llevo perfume... Es mi olor.
Edpukzan, a 26 de diciembre de 2024