Con apenas 160 cms y 53 kgs de peso, se le hizo complicado soportar el trabajo en la cantera de Zarzalejo y gracias a un conocido y a la compasión del equipo directivo del Monasterio de El Escorial, acabó colocado de limpiador en el complejo palaciego, en la especialidad de ventanas, un total de 2.673 que se repartían entre la cuadrilla de doce trabajadores de la empresa. Él siempre prefería limpiar las ventanas a otras labores, pues le daba satisfacción contemplar el brillo con el que las dejaba, lo hacía sólo y administraba el tiempo a su gusto. Al volver caminando a casa, se giraba al llegar al semáforo de la calle Juan de Toledo, para ver cómo reflejaban, si es que la incidencia de la luz lo permitía. Además, formar parte del mantenimiento de una octava maravilla del mundo en su pueblo, le henchía de patriotismo.
Cada mañana, cuando se cruzaba con los trabajadores, les decía las mismas frases, a la misma hora y a las mismas personas, como en la película de el Día de la marmota, lo cual le daba cierto sosiego y un agradable sentimiento de pertenencia al grupo, si bien, bajo esta mascarada de sonrisas y cumplidos, su interior clamaba en desesperación por su situación familiar. Su mujer, sumida en una depresión desde hacía ya años y medicada hasta las cejas, hacía de la vida en el hogar una tristeza crónica que le acabó contagiando. No vio la luz al final del túnel. Sus quehaceres diarios en el monasterio le servían para distraerse, aunque la angustia le había penetrado en lo más profundo.
Gracias a su pequeña estatura y agilidad, se encaramaba a las ventanas en el filo y sacaba justo medio cuerpo para limpiar el exterior, con una perfecta ejecución en cada barrido del limpiacristales. Pese a llevar trabajando en el monasterio treinta y nueve años, nunca perdió su profesionalidad, al contrario. Sus compañeros le advertían una y otra vez, de que cambiara esa forma de trabajar, pues no era de recibo dado el prestigio del edificio y de que tuviera cuidado, pues ya estaba a punto de jubilarse y no tenía las facultades de cuando empezó, aunque realmente eran casi las mismas. Aquella mañana, estaba terminando los últimos ventanales de la torre de la Botica, miró hacia abajo, cosa que casi nunca hacía, y en un hueco entre pensamientos se tiró. La pareja de cisnes del estanque no lo podía creer.
Acuarela de Jose Luís Pérez Muñoz, https://dibujando.net/cefo40
Edpukazn, a 6 de enero de 2025
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