Echó la vista atrás y sintió el abismo de piedra y hielo bajo sus pies, somatizado en unos segundos de inquietantes temblores. Una caída o un traspiés, suponía acabar no sabía dónde, pero casi con seguridad envuelto en una caja de pino a los dos o tres días. En unos momentos que se le hicieron muy largos, tuvo que decidir si continuar, si merecía la pena arriesgar en lo que podría acabar en tragedia.
Decidió que sí. A ojos de la mayoría, por supuesto que no, pero Salva no era como la mayoría, era un valiente bombero de Elche y para él, asumir esos riesgos significaba estar vivo. Ansiaba su primer tresmil del Pirineo y sin mirar atrás puso todo el coraje en esa parte tan complicada en la que se sucedían las caídas de trozos de hielo y piedras a consecuencia del deshielo. Una de ellas pudo haber acabado con él si le hubiera dado, pero acabó rozándole y logró completar el tramo para ponerse a salvo, con el sentimiento de haber salvado la vida como por un milagro.
Los últimos cien metros eran de una pendiente algo más suave y le llevaban a la cima, al logro, la satisfacción... la Felicidad. ¿No era esa la meta de todo ser humano?
—Cada uno a su manera —llegó a verbalizar, ante ese embrollo mental que le ocupaba en la soledad de los últimos metros.
Ya en la cima encontró a tres escaladores veteranos, que hechos a estar a esas alturas, charlaban con el gozo de haber conseguido la cumbre. Salva ni celebró ni estuvo cómodo en ningún momento pues eran unas vistas nuevas tan sobrecogedoras que no lograba serenarse, a lo que se añadía la incertidumbre de bajar esa parte que ahora veía casi imposible. Comió un par de barras energéticas y bebió unos buenos tragos del camelback, notando el lento descenso del líquido por la espalda y a la par, el sudor frio que se apoderaba del torso. Decidió bajar para no sumar los temblores del frío a los del pánico.
Cuando se acercaba decidido hacia a esa zona tan expuesta, sintió un potente silbido desde atrás:
—¿Dónde vas por ahí? —exclamó uno de aquellos montañeros que le sucedían.
—¡Eh!? ¡Por ahí he venido! —gritó con incredulidad.
—¡Esa ruta es invernal y hay que llevar piolets!, ¡ni se te ocurra bajar por ahí sin piolets!
Salva lo entendió todo, había grabado la ruta invernal de gps sin darse cuenta, de ahí las zonas tan complicadas por las que había pasado, que requerían casco y piolets.
—¡Joder!, ¡por ahí he subido!, ¡vuelvo y voy con vosotros!
Rápido Ginés, que así se llamaba el montañero aragonés, notó la inexperiencia de Salva y se sintió molesto por la situación que podía haber generado para todos:
—¡Claro!, ¿Cómo se te ocurre ir por ahí?... ¡¡y sólo!!
Cuando se les unió, pudo ver el rostro agrietado y la nariz aguileña, afilada por la astucia, de quien le había alertado de su confusión al bajar.
—¿Me avisaste tú, verdad?. —Un silencio se hizo entre los cuatro.
—Pues me has salvado la vida.
—¡Quizás sí! —le espetó, atravesándole con la mirada fija en sus ojos.
Edpukazn, 20 septiembre 2024.